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La violencia y corrupción desafío para nuevo presidente

Los insostenibles niveles de violencia y la galopante corrupción evidencian las grietas del sistema y la urgencia de una transformación más allá de la alternancia en el poder. Los mexicanos elegirán a sus autoridades el próximo domingo 1 de julio. La historia política de México podría cambiar radicalmente el próximo 1 de diciembre cuando asuma el nuevo presidente por seis años, que de acuerdo con todas las encuestas, podría ser Andrés Manuel López Obrador (Amlo), quien lidera ampliamente los sondeos de cara a las elecciones y se postula por tercera oportunidad para el cargo.

CIUDAD DE MEXICO.- Analistas mexicanos aseguran que la votación del domingo será la elección más grande de la historia de México. Además del presidente se elegirán ocho gobernadores, el jefe de gobierno de la capital, 500 diputados, 128 senadores y casi 3.000 cargos públicos. Unos comicios precedidos por una maratoniana campaña electoral que augura el fin del sistema de los partidos políticos tradicionales y una más que probable recomposición de las élites.

El sexenio de Enrique Peña Nieto, marcado en un primer tramo por unas reformas esperanzadoras y claudicado, en el segundo, por flagrantes casos de corrupción —la Casa Blanca, la Estafa Maestra, gobernadores prófugos…—, crímenes como la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa o una violencia que crece sin freno, ha propiciado que el hartazgo y el enojo sean los dos sentimientos más perceptibles entre los votantes. El rechazo a la gestión del actual presidente, casi de un 80%, es el partido o candidato con más adeptos.

Andrés Manuel López Obrador ha sido quien mejor ha sabido capitalizar ese hastío. No es el único motivo de hartazgo en un país de 120 millones de habitantes donde el número de trabajadores que no gana lo suficiente como para alcanzar la canasta básica pasó del 32% de 2006 a un 39% el pasado año, según datos oficiales; un país donde uno de cada tres trabajadores formales no logra mantenerse con lo que gana.

El líder de Morena, en su tercer intento por lograr la presidencia, no solo se ha mantenido puntero en todas las encuestas desde hace un año, cuando era el único contendiente claro, sino que con el paso del tiempo, cuando sus rivales confiaban en que su fórmula de repetir las ideas de siempre ligeramente modernizadas le haría retroceder, ha aumentado su ventaja. Con una campaña más emocional que racional, se ha llegado a un punto en que da igual lo poco o mucho que diga o haga López Obrador, porque cualquier cosa le resulta inmune. Mucho ha ayudado la batalla encarnizada que han librado entre ellos sus rivales, Ricardo Anaya y José Antonio Meade.

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