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ASUNCIÓN. El caso de la alumna de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción vuelve a poner en el tapete una vieja práctica, el acoso de profesores a alumnas a cambio de una buena nota o “salvar” un examen.

Puede ser que el caso de la alumna Tania Barboza, quien denunció al profesor Diego Paredes por acoso y a sus compañeros Liz Barrientos y Carlos Cristaldo por servir de “intermediarios”, en una suerte de red de prostitución, tenga un resultado positivo para la denunciante porque tanto el docente como los estudiantes son personas sin influencias en el ámbito académico de la institución.

Muy diferente a lo que ocurrió con otra víctima de acoso, que denunció a Christian Kriskovich, profesor de la Universidad Católica e integrante del Consejo de la Magistratura, quien no solamente no obtuvo respuesta por parte ni de la Fiscalía ni de la casa de estudios, sino que tuvo que buscar refugio en el Uruguay al recibir una contradenuncia, con orden de captura de por medio.

El caso de Kriskovich sirve, incluso, como manual de procedimiento para los demás acosadores, ya que uno de los intermediarios le dijo a la víctima que se comunicaría con su acosador solo a través de llamadas y no de mensajes ni audios de Whatsapp, que fueron los elementos utilizados en contra del miembro del consejo, a pesar de lo cual nadie actuó en defensa de la denunciante.

Lo ocurrido en la UCA es mil veces peor que lo de la UNA, ya que allí hubo acoso, abuso de poder y tráfico de influencias. Sin embargo, en el último caso lo que queda en claro es que también funciona toda una red de proxenetas entre los estudiantes, que son los que interceden para que los docentes consigan “favores” de las jóvenes. Incluso, uno de los intermediarios reconoció que existe un catálogo de estudiantes en el que el profesor puede escoger a su “favorita”.