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ASUNCIÓN.- La senadora Desirée Masi (PDP) no tiene ninguna prueba de que el presidente Horacio Cartes se dedique al lavado de dinero. Y no la tiene porque de lo contrario ya la hubiera presentado a diestra y siniestra. Sin embargo, lo acusa alegremente ante cualquier medio que le da micrófono, lo que resulta inadmisible en una representante del Legislativo, que debería tener un poco más de seriedad al actuar.
La gente debería esperar que un representante suyo en un poder del Estado tenga la suficiente seriedad para actuar con solvencia y seriedad. Pero, desde luego, Masi está muy lejos de dar esa imagen. Sus reacciones casi siempre tienen que ver con sus estados de ánimo, que pasan de la cumbre más brillante al pozo más profundo y así legisla y discursea, ensuciando a cualquiera que le moleste sin mayor sentido.
En un programa televisivo, la senadora del PDP acusó a Cartes de dedicarse al lavado de dinero. Y lo hizo alegremente, sin ninguna solvencia y sin presentar ninguna sola prueba. Basada, prácticamente, en dimes y diretes de chismosos.
Esto es absurdo. Si el representante de un poder del Estado acusa de un delito tan grave al de otro, lo menos que podría hacer es dar algún atisbo de que lo que dice es cierto y no hacerse cargo de rumores de gente que jamás quiso dar la cara.
¿Qué es lo que se supone que debe hacer el jefe de Estado ahora. Entrar en crisis y querellar a la senadora, exponiéndose a un nuevo enfrentamiento con el Congreso, al que necesita con mayor urgencia para aprobar leyes que sostengan el proceso de cambio que se ha iniciado en 2013, o dejar pasar la cosa sin darle mayor importancia?
La última opción parece ser la más lógica, más que nada porque para esta señora sería fantástico ser querellada por el presidente de la República, porque ese es el tipo de política que ella hace, de barricada, no constructiva.
Pero Masi no se da cuenta de que se expone a otra cuestión; si de verdad está convencida de que Cartes lava dinero, al no hacer la denuncia ante la Fiscalía, corre el riesgo de convertirse en su cómplice y encubridora. Claro que, seguramente, tampoco pasará mucho al respecto porque los demás poderes del Estado ya saben que Desirée es una cirquera, que habla mucho pero al final no hace demasiado daño a nadie. A esta altura ya creemos que sus colegas la usan para divertirse.
