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Hacer camino al andar

Hasta hace poco nos parecía casi imposible que los eternos poderosos pudieran sufrir los embates de una Justicia frágil, servil y casi siempre dispuesta a bajar la cabeza contra ellos. Estábamos convencidos de que la ley solo existía para “los comunes”, y que en este país era más grave robar una gallina que lavar dinero o traficar influencias.

Mirábamos con asombro y envidia los procesos iniciados en los países vecinos, en donde había expresidentes o ministros presos por corrupción. Y nos convencíamos cada vez más de que nuestro problema era similar al de ellos, con la diferencia de que aquí reinaba la impunidad y no la Justicia.

De a poco y casi sin darnos cuenta, esto fue cambiando. Es cierto que este es apenas el primer tramo de un camino que veíamos muy difícil de recorrer y, sin embargo, lo estamos haciendo, aun con dificultades y muchas contradicciones, y con la amenaza permanente de sectores que se resisten al cambio y siguen pretendiendo usar a la Justicia con fines sectoriales y en beneficio propio, como hicieron toda su vida.

Después de haber vivido toda la vida pensando que aquí era imposible vencer a la corrupción, de pronto estamos empezando a ver que no es imbatible, que la podemos derrotar, y que ha empezado a mostrar sus puntos débiles.

Que en este momento haya tres poderosos personajes guardando prisión preventiva por ser sospechosos de haberse enriquecido de manera ilícita, amparados en la corrupción, es un espaldarazo absoluto a una nación que ya merece vencer a este flagelo que le consumió sus bienes, sus sueños y su futuro durante demasiadas décadas.

Claro que el camino que nos espera es largo y empinado. Por eso es fundamental no dormirnos sobre los laureles. Hay tres presuntos corruptos presos, pero aún no tienen condena. Y hay muchos más afuera, que también deberán rendir cuentas por sus acciones ante la Justicia.

Así que debemos velar entre todos por el desarrollo del proceso, en los marcos de la ley. Es la única esperanza de avanzar en serio hacia la erradicación de la maldita impunidad, herramienta que por décadas estuvo al servicio de los corruptos. Porque hace tiempo que sabemos que entre los demás países y el nuestro, lo que nos hace diferentes no es la clase política corrupta, sino la impunidad de la que siempre gozaron.

Esos vientos de cola que han empezado hace tiempo a soplar en la región y el continente, fueron fundamentales también para que aquí nos alcancen sus ráfagas, que nos favorecen para seguir adelante con esta titánica tarea, que apenas está empezando, pero a la que no pensamos renunciar.

Esta es, fundamentalmente, una gran lección para esta clase política demasiado aletargada y acostumbrada a vivir de privilegios inmerecidos y generalmente ilícitos. El país está cambiando, con él su gente y sus órganos jurisdiccionales. Ya no será tan fácil robar y esconderse en los fueros legislativos. Ahora hay un convencimiento generalizado de que el que la hace, la debe pagar. Cuánto antes lo aprendan, mejor para ellos.

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