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Contra el muro de la realidad

La “salas constitucionales” de los diarios ABC color y Ultima Hora,  determinaron que el proyecto de instituir la figura de la reelección, vía enmienda, viola la Carta Magna. En el mismo sentido machacan constantemente la senadora Desirée Masi, del PDP, Efraín Alegre, titular del PLRA, y los senadores de la disidencia colorada, con “Marito” a la cabeza. La primera de ellas, en parte por desverguenaza y en parte por ignorancia, cree estar autorizada para “decidir” lo que corresponde en esta materia, por cuanto (los legisladores) juraron “respetar y hacer respetar la Constitución”. Pero tanto ella, como los medios y actores políticos citados, no tienen derecho alguno de interpretarla, lo cual es facultad exclusiva y excluyente del Poder Judicial, específicamente de la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, no conformes con el atropello flagrante a un poder del Estado, también pretenden pisotear la voluntad popular, piedra angular sobre la que se cimienta la democracia, al afirmar que los 4 millones de electores inscriptos en el padrón nacional carecen de potestad para expedirse sobre esta cuestión, que en realidad es de su absoluta incumbencia.

En el frente anti-reeleccionista confluyeron personajes de los más variados pelajes, desde empresarios inescrupulosos que usan sus medios para preservar sus históricos privilegios, pasando por políticos oportunistas – muchos de ellos asumidos stronistas- conscientes de que si se habilita la reelección no tendrán la menor chance de resultar vencedores, hasta periodistas despechados que hasta hace muy poco le rendían todo tipo de alabanzas al presidente.

Desde luego que tienen la libertad de defender las posiciones que les resulte más conveniente. Ese no es el problema. Lo que no pueden, o no deben, es mentir tan inescrupulosamente respecto a que estaríamos a las puertas de un “golpe” o ante la “inminente ruptura del Estado de Derecho”, entre otros desvaríospor el estilo, que nadie en su sano juicio cree. Y menos todavía, atribuirse la condición de ministros del máximo tribunal, decretando, porque así les viene en ganas, que la enmienda y el Referéndum “meterían en gorra a la Constitución Nacional”.

Ahora bien, suponiendo que fuera eso lo que en verdad piensan y que la reelección vía enmienda es insconstitucional, todos ellos podrían recurrir a las instancias pertinentes, a los órganos jurisdiccionales establecidos en la norma constitucional, que de palabra dicen defender. Esta sería la forma de proceder de cualquier ser civilizado, respetuoso de las reglas de convivencia en todo sistema democrático. Pero no lo hacen, porque el interés que persiguen es otro. Es imponer contra viento y marea, por la fuerza, la voluntad de un grupo minoritario, para sustituir el proyecto político que está en desarrollo por uno que se someta mansamente a las ambiciones desmedidas de los Zucolillo, los Vierci y algunos resabios de la dictadura que aguardan agazapados la oportunidad de dar nuevament el zarpazo.

A tal punto llega el nivel de exaltación de estas minorías que para ellas, según afirman, no importa si el pedido de enmienda es suscrito por  100.000, 300.000 o 500.000 paraguayos, en una muestra más de profundo desprecio hacia la voluntad popular, la democracia y la propia C.N, la cual, en su artículo 290, solo exige que la petición sea formulada por 30.000 electores para que el Congreso deba expedirse al respecto.

Lógicamente, mientras no se liberen de este grave síndrome de enajenación política, lo más probable es que se estrellen contra el enorme muro de la realidad, pues, en última instancia, el Congreso tendrá que expedirse en función a lo que manifiesten las mayorías visibles; no a lo que digan en nombre de éstas unos cuantos legisladores, o divulgaciones en las redes sociales, o la campaña de algunos medios de prensa, por más furibunda que esta sea.

Después seguramente sobrevendrán ataques de histeriade parte de los que se engavillaron sin éxito para “puentear” al soberano; pero su decisión, en las urnas, gozará de una legitimidad incuestionable, relegando aquellos “berrinches” al campo de lo anecdótico.

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