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La cultura del “truchaje”

Es siempre lamentable constatar que exponentes de nuestra sociedad tienen metido en el alma el espíritu de la deshonestidad. Joder a quien fuere con tal de lograr el objetivo que persiguen pareciera ser algo natural y hasta permitido según las reglas de estos personajes de los que no podemos deshacernos a pesar del tiempo transcurrido desde el derrocamiento de la dictadura.

El Código Electoral paraguayo establece que para que un movimiento coyuntural quiera participar de unas elecciones, debe estar apoyado por, por lo menos, 15 mil electores. Esto no es baladí, sino muy bien pensado. Porque a diferencia de lo que ocurre en otras instancias de la vida, en la cuestión electoral el tanteo no puede ser libre, ya que inscribir movimientos y candidaturas para las elecciones, con sus nombres en los boletines de voto, implican un gasto importante de dinero que no se justifica si el sector pretende hacer una elección testimonial, sin una cantidad de votos mínima que justifique el gasto previo.

Debe ser muy difícil que Juan Pérez junte 15 mil firmas para que su movimiento electoral independiente pueda ser inscripto en el TSJE. Pero de allí a ver con naturalidad que el mismo Pérez decida falsificar la cantidad que no consiguió para cumplir con el requisito legal, hay mucho trecho.

Más aún si se tiene en cuenta que, si Pérez aspira a ocupar una banca en el Legislativo, ya tenemos bien clara la noción de cómo actuará y de lo poco honesto que será su paso por alguna de las cámaras.

Hay gente que dice que no podemos seguir culpando a la dictadura del espíritu débil y torcido que tiene un sector de la ciudadanía paraguaya (nos negamos a hablar siquiera de la mayoría, mucho menos de la generalidad). Dicen que el tiempo transcurrido es más que suficiente como para que las malas enseñanzas de ese nefasto período hayan desaparecido por las alcantarillas y que la deshonestidad, ahora, ya es responsabilidad de la sociedad.

No es del todo cierto esto, más que nada porque los personeros del régimen stronista siguieron –y muchos siguen hasta ahora- vigentes y con todo el poder como para seguir pervirtiendo la mentalidad de la gente, especialmente de los jóvenes, mucho más maleables e influenciables que el resto.

Hay cuestiones impuestas por Stroessner que siguen tan vigentes como antes, y esto se debe a que desde el golpe de Estado de hace 28 años, jamás hubo una renovación profunda de todos los estratos de la sociedad, que, en muchos casos, siguieron manejados por la misma gente que los utilizó al solo efecto de lograr beneficios personales.

Afortunadamente no todo es negro, puesto que, mientras hay personajes que persisten en las viejas prácticas truchas y deshonestas, hay una ciudadanía que evolucionó de tal manera que en este momento no solamente se niega a utilizar recursos retorcidos, sino que, ni siquiera, está dispuesta a permitir que otros le utilicen para lograr sus turbios objetivos.

Del escándalo de la falsificación de firmas ante la Justicia Electoral lo que destaca como una novedad positiva es la cantidad de ciudadanos que denunciaron haber sido víctimas de fraude. Es lo que nos da esperanza de que, alguna vez, la cultura del “truchaje” no sea más que un mal recuerdo.

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