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Los intolerantes

Aunque han pasado 28 años desde el golpe de Estado que nos liberó de la dictadura y abrió un camino de libertades públicas, aceptar y tolerar las opiniones que no van con las nuestras sigue siendo una cuestión muy difícil de aceptar para un sector de la clase política que, para colmo, suele presumir de democrático.

El problema generado por la presentación del proyecto de reelección vía enmienda en el Parlamento desnuda de cuerpo entero a estos políticos y a algunos “grandes” medios de comunicación, incapaces de aceptar que las diferencias pueden dirimirse en el marco de la ley y el respeto, y no apelando a la violencia como forma primitiva y repulsiva de solucionar los conflictos.

El proyecto de enmienda era uno más de los cientos que se presentan en cada período ante una de las cámaras del Congreso. Debía tener entrada en la cámara de origen y tratado en plenario, el cual tendría la posibilidad de aceptarlo o rechazarlo. Si ocurría esto último, iba a parar al basurero, y si no, pasaba a la cámara revisora. Esto pasa en cada caso, en donde se aprueba lo que desea la mayoría, y la minoría acepta la decisión, porque esas son las reglas del juego.

Así nomás era como había que tratar el tema, que terminó con un ataque al edificio del Congreso y la muerte de Rodrigo Quintana. Y todo por qué ? Porque el sector antienmienda era minoría, no podía imponerse y se negó en todo momento a aceptar la decisión de la mayoría, pues en su esquema mental no entra la posibilidad de que quienes piensan diferente a ellos puedan tener la posibilidad de llevar a cabo sus planes.

Para colmo, ahora la enmienda quedó desinflada, no porque ellos hayan podido convencer a la mayoría de adecuarse a sus intereses, sino por el gesto del principal protagonista de esta situación, el presidente Cartes, al renunciar a su candidatura, lo que hace que ellos se sienten más impotentes que nunca.

Por eso es que Desirée Masi insiste en señalar como “empleadito de Cartes” o “cartista” a todo aquel que se anime a decir que no coincide con el grupete. Uno de los peores pecados en el que pudo caer un ciudadano o un periodista en estos días fue al opinar que la enmienda no era una vía inconstitucional, porque inmediatamente la furia de Júpiter se le venía encima.

Quien pudo mantener una independencia de criterio y no dejarse apabullar por la belicosidad de Masi y sus acólitos, incluidos los medios de prensa, debía bancarse la acusación de recibir dinero del jefe de Estado, aunque esto no tuviera ni pies ni cabeza.

Y ojo, que tampoco hay problema en que empleados de Cartes pudieran opinar. En un país en donde las libertades individuales y públicas están garantizadas, nadie puede juzgar ni acusar a otro por el solo hecho de pensar diferente.

Esta es la realidad de estos personajes extremistas e intolerantes. Ellos, que se llenan la boca hablando de democracia, son incapaces de mostrar respeto hacia los demás. Es como si no pudieran entender que democracia e intolerancia son 2 términos incompatibles.

Por eso promovieron la violencia, la resistencia que de pacífica no tuvo nada, los escraches y cualquier medida que pudiera amedrentar a quienes estaban a favor de la enmienda. Porque la violencia, en todas sus formas, es hija de la intolerancia. Y sus defensores, hoy, están al desnudo ante la opinión pública.

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