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Nos quedamos en lo superficial

El año que viene la Constitución Nacional cumple 25 años. Un cuarto de siglo en el que ha sido puesta a prueba varias veces, quedando en evidencia que hubo demasiadas situaciones que no imaginaron los convencionales que la redactaron y sancionaron.

El mismo texto constitucional previó que la realidad podía cambiar y que se necesitaría modificar artículos que hayan quedado fuera de tiempo, por eso habla de que 3 años después de su sanción, se podía hacer enmiendas, que significa que se modificarían algunos artículos concretos, o, luego de 10 años, someterla a una reforma, que implica que puede cambiar parcial o totalmente. La diferencia entre la modificación de algunos artículos por la enmienda o la reforma es que hay determinados temas, como los relativos al modo de elección y duración de los mandatos de los poderes del Estado, solo puede cambiarse por la reforma.

A pesar del tiempo transcurrido, no se ha realizado ninguna modificación a la Constitución vigente, ni siquiera a través de una enmienda, que es un procedimiento relativamente sencillo, ya que el texto lo aprueban las cámaras del Congreso por mayoría absoluta de votos, y luego es sometido a consideración de la ciudadanía, a través de un referéndum, que, de ser aprobado, recién se considera que fue aprobada la modificación y pasa a formar parte de la Carta Magna.

Cada vez que se llega a la mitad de un mandato, desde Nicanor Duarte Frutos hasta ahora, se empieza a sentir que hay sectores que quieren que se realice la modificación de la Constitución y se permita la reelección  presidencial. Esta no es la excepción. Los seguidores del presidente Horacio Cartes han iniciado ahora toda una campaña tendiente a modificar la Constitución, sea vía enmienda o reforma, para permitir que el jefe de Estado pueda postularse a un segundo mandato.

Esto ya lo hicieron los seguidores de Duarte Frutos y de  Fernando Lugo. Empezaron a hacer campaña por la modificación de la Constitución para que sus líderes pudieran ser reelectos.

Es imperioso que la Constitución Nacional sea reformada. En estos años hemos descubierto que no previó el asesinato de un vicepresidente de la República y la forma de reemplazo de la Presidencia en caso de que tanto el presidente como el vicepresidente quedaran fuera de competencia.

Tampoco se previó qué hacer en caso de que un obispo o miembro de alguna iglesia decida postularse a la Presidencia de la República. No tiene figuras fundamentales como la revocatoria de mandato, imprescindible para echar del Congreso a los legisladores que utilizan sus bancas para delinquir; o qué procedimiento seguir en caso de que el Ejecutivo rechace a un ministro de la Corte elegido por el Senado. Todo esto, por poner apenas ejemplos de los muchos temas que hay que modificar, sin olvidar la forma de elección de los ministros de la Corte, los miembros del Consejo de la Magistratura y del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, evitando la excesiva politización en todos ellos.

Por supuesto que la reelección presidencial es uno de los temas a tratar, pero no el único y, posiblemente, ni siquiera el más importante y urgente.

Pero como se plantea la reforma cada vez que algunos quieren que un presidente sea reelecto, el tema es rechazado de plano por un amplio sector de la ciudadanía que podría estar de acuerdo en la necesidad de modificar la Constitución, si no pensara que todo no es más que una jugarreta para conseguir que el poderoso de turno permanezca en el poder.

Ese es nuestro problema. Nos quedamos en la superficie. Hasta tanto no planteemos un debate serio sobre la necesidad de modificar la Constitución, sin centrar toda la atención en la reelección presidencial, posiblemente podamos avanzar al siguiente nivel.

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