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Patada de burro

La política está cargada de simbolismos, más aún de parte de nuestros políticos,  entre quienes no son pocos los que padecen dificultades “de pienso” y cuyas declaraciones, por lo general, son de una pobreza que asombra. Nos vemos obligados, pues, a recurrir muchas veces a sus gestos, para descifrar lo que piensan o hacia donde se orientan sus actos. Pero algunos son tan obvios, que no requieren ser objeto de análisis, sino en todo caso de comentarios, como la reciente designación del senador saliente Eduardo Petta, para cumplir el rol de asesor del presidente electo. Una demostración inequívoca (una más) de que al futuro mandatario le importa tres pepinos lo que piensen al respecto quienes deberían ser sus compañeros de ruta, a los que empuja cada vez con más fuerza a la vereda de enfrente.

Con antecedentes más que cuestionables en diversos ámbitos, sin capital político propio, ni trayectoria que respalde su nombramiento de “consejero”, Petta solo demostró ser habilidoso para saltar de rama en rama, de partido en partido, de bancada en bancada, según sus conveniencias particulares, lamiéndole la suela de los zapatos a quien pudiera sacar el mayor provecho particular, como lo hacían en la antigüedad los cortesanos.

Primero lo hizo con el Partido Encuentro Nacional (PEN), al que utilizó para llegar al Senado por primera y única vez, luego se alistó rápidamente en las filas de la ANR y, cuando constató que con el oficialismo no conseguiría saciar sus apetencias personales, se agrupó con  “los enojados”, en la bancada de “Colorado Añetete”, logrando cierto protagonismo como uno de los voceros más lenguaraces del “grupete”, junto a la nunca equilibrada Desirée Masi y a Luis Alberto Wagner, de idénticas características.

Desde esa posición, logró notoriedad por hacer el trabajo sucio de la disidencia y de la alianza integrada por ésta con senadores del oficialismo liberal y de partidos menores. Aquello que nadie se atrevía a asumir por contrariar la lógica, la razón, lo hacía Petta; siempre bravucón, siempre altanero, siempre chabacano. Pero más allá de sus rasgos sicológicos, que no vienen al caso, lo relevante de su paso por el Congreso es que se “destacó” por tener un elevado protagonismo a la hora de torpedear los proyectos del Ejecutivo y de seguir al pie de la letra las campañas tramadas en la dirección de ABC en contra del gobierno, haciendo de la intriga y el vedetismo, esa desesperada forma por concitar la atención a cualquier precio, sus “modus operandi”.

Después, ya sabemos. Fue expulsado del Partido Colorado por haber competido en las elecciones del 2013 como candidato de otra organización, a lo que se sumaron sus reiteradas inconductas, contrarias a los intereses de la ANR. Luego fue reintegrado por disposición judicial y compitió como como precandidato a la Gobernación de Central por la chapa de “Añetete”, quedando al costado del camino, como era de prever. Pero le faltaba protagonizar un “último acto”, en el Senado, encabezando nuevamente la maniobra rastrera para impedir el juramento de HC como senador activo.

¿Cómo puede interpretarse entonces la decisión de Abdo Benítez de nombrarlo a este personaje como su asesor político? ¿Cómo “un premio” a su patética actuación?. ¿Cuál es el mensaje del presidente electo al “cartismo”, al que le debe nada menos que el cargo que ostentará a partir del próximo 15 de agosto? ¿Estamos ante un nuevo acto de deslealtad y de provocación política?

Mejor volvamos a los simbolismos. Lo dispuesto por Marito en esta materia equivale, a los ojos de cualquier miembro de Honor Colorado, a recibir la patada de un burro.

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