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Resistirnos al olvido

La actitud del gobierno, aceptada por la oposición, de “olvidar” el trigésimo aniversario de la gesta que nos liberó del dictador, no puede ser contagiosa; debemos evitarlo a toda costa, porque solamente el recuerdo y el reconocimiento son los elementos que impedirán que volvamos a repetir la historia.

Hace 30 años, un levantamiento militar nos liberó de un régimen que por décadas nos había sometido, sojuzgado y manejado con prepotencia y una absoluta falta de respeto a nuestras vidas y pensamientos. Alguno dirá que a la larga iba a caer el régimen, puesto que los tiempos habían cambiado y desde Estados Unidos habían dejado de proteger a los sistemas militares que por entonces manejaban la región.

Quizás sea cierto; afortunadamente, no tuvimos que esperar que Stroessner cayera por inercia, sino que ocurrió en una fecha concreta de hace 30 años. Desde entonces hubo cambios importantes y otros que siguen pendientes. Hemos avanzado profundamente en materia de libertades públicas y libertad de opinión, pero la corrupción sigue gozando de una excelente salud, y pareciera cada vez más fortalecida y asentada en el territorio nacional.

Es lamentable que el gobierno haya decidido olvidar la gesta libertadora del 89. Y lo es porque esto va mucho más allá del hecho de que el presidente de la República es hijo de la dictadura y proviene de ella. Aquí hay un pueblo que sufrió, fue vejado y perseguido por animales que durante 35 años se pavonearon como dueños de la vida, voluntad y sueños de los paraguayos, y gran parte de ese pueblo votó a este presidente para que maneje los destinos del país durante los próximos años.

Este pueblo merece respeto y no puede ser ninguneado de manera tan alevosa por quien se convirtió, gracias a sus votos, en el capitán de este barco llamado Paraguay y que necesita desesperadamente llegar a puertos mejores y más propicios para todos.

Pero no es todo responsabilidad del gobierno que, después de todo, se mira en el espejo del stronismo. Es gobierno y oposición, sobre todo ésta, por haber arriado las bandera democráticas hace muchísimo tiempo, en los inicios mismos de la llamada “transición”.

Esta apatía no puede volver a repetirse. La indiferencia hacia la gesta libertadora no puede ganar los espíritus de los ciudadanos que lucharon y arriesgaron sus vidas y las de sus familias por lograr un sistema democrático que respondiera a sus necesidades. Hay mucho que corregir de estos años. Hay que analizar errores cometidos, reconocerlos y buscar la forma de enmendarlos.

Es obvio que las nuevas generaciones conocen muy poco sobre lo que fue la dictadura, porque quienes la sufrieron han perdido la brújula, inmersos en el proceso de sobrevivencia y olvidando principios que antes parecían innegociables. Lo que es peor, el sector retardatario, el que sigue anhelando los viejos tiempos, lo recuerda a cada paso y está más cerca de ganar adeptos en la juventud que quienes hicieron posible alcanzar la democracia en el país.

Por eso hay que reaccionar, de manera urgente. Los jóvenes deben ser los custodios de la libertad y el respeto a los derechos humanos, dos de los principales logros de estos 30 años. Si no lo hacemos; si seguimos ganados por la apatía y “el calor”, los chacales, que están a la sombra, a la espera de dar el zarpazo, nos ganarán la batalla, y casi sin darnos cuenta, habremos perdido todo eso por lo que tan duramente trabajamos. Es tiempo de poner fin a tanta inercia y apatía.

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