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La histeria en el periodismo

La total ausencia de equilibrio es un rasgo característico en sectores de la prensa y ayer, nuevamente, lo demostraron con creces. Apenas se supo que no se alcanzaron los votos para poner en marcha el juicio político al fiscal general del Estado, Javier Díaz Verón, dieron riendas sueltas a sus demostraciones de histeria, a berrinches de todo tipo, pidiendo la excomunión de HC y condenando a la hoguera  a los diputados oficialistas. Desde Mabel, pasando por Enrique, hasta… ¡Menchi!

Todos con el mismo libreto, siguiendo al pie de la letra los dictados de Aldo Zuccolillo (88): “Los cartistas salvaron a Javier Díaz Verón”, “dan asco”, “recuerden sus nombres en abril próximo”, etcétera, etcétera. Un nivel francamente deplorable, propio de quienes hacen de la mediocridad todo un oficio, frente a un tema político e institucional serio, complejo, que fue mal parido y que no podía tener otro desenlace, al menos en el corto plazo.

Estos y algunos otros comunicadores, repitiendo los mismos vicios de sus patrones y tan desubicados como ellos, creen tener la privilegiada facultad de “bajarle línea” a medio mundo, en este caso a los legisladores, aunque la misma sea estúpidamente ridícula como, por ejemplo, enjuiciarle a un funcionario que tiene el mandato vencido o, antes, no aceptar la renuncia de un senador para así poder “echarle”. Y si los destinatarios del disparate acatan, entonces son “lo mejor de lo mejor”, pero ¡ojo!, si no lo hacen, se convierten en el acto en seres despreciables, violadores de la Constitución, de las leyes, de las ordenanzas y hasta “de la moral y las buenas costumbres”, a los que, cuanto menos, habría que someterlos a los peores “escraches”.

Los problemas institucionales, como lo es el hecho de que un alto funcionario siga ejerciendo el cargo a pesar de que su mandato esté vencido, deben resolverse en los marcos de la institucionalidad, valga la expresión. Y la situación que afecta a Díaz Verón no tiene porqué ser la excepción. Lo sorprendente de todo esto, si es que todavía nos resta alguna capacidad de asombro, es que el Senado tiene en sus manos la fórmula para superar el problema en el Ministerio Público. Y no la tiene ahora, sino desde hace más de 100 días.

En efecto, el 9 de octubre pasado, el Ejecutivo pidió a la Cámara Alta el acuerdo constitucional para que sea nombrada la fiscal Sandra Quiñónez como nueva fiscal general del Estado, a quien había escogido de la terna de candidatos que le fuera remitida por el Consejo de la Magistratura, con bastante retraso por cierto.

Los senadores disponían de 30 días para expedirse al respecto, pero pasaron casi 4 meses y jamás lo hicieron. Si confirmaban a Quiñónez, se acababa el pleito y Díaz Verón ya hubiera estado en su casa desde entonces, sin fueros, investigado y procesado si la Justicia así lo determinase.  Pero no hicieron eso, ni tampoco trataron el tema para rechazar lo resuelto por el presidente de la República, lo que al menos hubiera permitido que siga el proceso de selección de un nuevo titular del Ministerio Público, algo que hasta ahora se halla completamente empantanado.

¿Lo hicieron por desidia o por míseros cálculos políticos, aguardando que “soplen nuevos vientos” para escoger a un nuevo fiscal de su preferencia? Ahora resultaría ocioso buscar respuestas de esta naturaleza. Lo cierto es que lo hicieron y son ellos, los senadores, o mejor, los que tienen mayoría en el Senado, los principales responsables de lo que sucede con relación a este tema.

Sin embargo, ni Zuccolillo, ni Vierci, ni los periodistas que se constituyeron en sus voceros, quienes por lo visto se creyeron el cuento de ser una especie de “celebrities” transitando por una (imaginaria) alfombra roja, recuerdan por un instante esta parte fundamental de los acontecimientos.

Al contrario, siguen obrando del mismo modo que lo hicieron con respecto al proyecto de la enmienda, meses atrás, o sea mintiendo con total descaro, al difundir versiones parcialistas y ocultar aspectos esenciales de la realidad, lo cual los ubica en las antípodas del “periodismo objetivo e independiente” del que tanto hacen alarde.

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