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Los Liberales en su laberinto

A casi un mes de realizadas las elecciones generales, la cúpula del radicalismo auténtico sigue completamente extraviada, sin siquiera aproximarse una primera lectura de lo acontecido y mucho menos a sacar conclusiones autocríticas de la derrota. El expresidenciable y titular de la nucleación, Efraín Alegre, sigue proclamándose “vencedor moral” de la contienda, le echa la culpa de su desgracia a las encuestas y no cesa de denunciar el supuesto fraude, pero sin presentar una sola prueba que avale su temeraria afirmación. El directorio partidario, compuesto mayoritariamente por sus seguidores, se regocija porque “ésta vez estuvieron muy cerca” y, en consecuencia, el candidato perdidoso debería ahora “consolidar y liderar el bloque opositor”. Sencillamente delirante, muy propio de quienes no quieren cargar con la responsabilidad de un fracaso importante y prefieren huir hacia adelante, sin percatarse que van directo hacia el abismo.

Sobre el presunto fraude no vale la pena detenerse más que para decir que ni los sponsors del binomio Alegre-Rubín se sumaron al disparate. No lo hizo Zuccolillo, no lo hizo Vierci, ni el papá de quien un buen día despertó sintiéndose de “izquierda” y se tatuó al “Che” en el brazo. Pero sí en lo referente a que “esta vez estuvieron muy cerca”, a una diferencia de 3,7% del presidente electo, lo que sin embargo, lejos de ser motivo de festejo, torna aún más decepcionante el resultado y convierte en determinantes el peso de los errores. Veamos por qué.

La oposición presentó una sola opción política, fue unida, pretendiendo reprisar así la experiencia del 2008, cuando triunfó de la mano de Fernando Lugo; no así la del 2013, ocasión en la cual postuló tres candidaturas. Se juntaron nuevamente tirios y troyanos, derechas e izquierdas, abortistas y profamilia, “machesterianos” y “bolivarianos”. Como nunca, tuvieron a su disposición una formidable maquinaria mediática. Los diarios, canales de TV y plataformas digitales de “Don Acero” y “Don Antonio” estuvieron a su entera disposición y se jugaron por casi dos años a crear todas las condiciones que hicieran propicia la derrota del partido colorado. Y, a pesar de todo eso, de nuevo perdieron contra la ANR, que solitariamente y en condiciones políticas adversas se alzó con la victoria.

¿Y qué pasó?, es la pregunta que cualquier políticos que se precie de serio debería tratar de responder. Aquí van algunas, solo a modo de titulares para el debate. El PLRA, por obra del propio Efraín, marchó dividido a los comicios. Los tirios y los troyanos nunca hicieron realmente las paces, jamás convergieron en un discurso común, menos en una plataforma, y mientras el oficialismo liberal hacía campaña por un lado, el Frente Guasu lo hacía por otro distinto. La candidatura del presidenciable fue impuesta desde arriba y, a decir verdad, resultó incapaz de generar sentimientos genuinos de adhesión, algo que por sus rasgos característicos es prácticamente imposible, mientras que su compañero de fórmula, en lugar de sumar, probablemente restó.

Siguiente pregunta, que los colorados también tendría que hacerse, por cierto, es ¿qué hubiera pasado si Alegre y el oficialismo liberal no se creían el ombligo del mundo, si unificaban a su partido de cara a las elecciones, si promovían un acuerdo más sólido y menos oportunista, si postulaban mejores candidatos y los sometían a internas democráticas de toda la oposición, abriendo el juego a otras?

La respuesta es obvia. El país hoy tendría a un presidente electo de otro signo. No sería Mario Abdo Benítez, sino un opositor.

Por eso es tan profunda la crisis del PLRA y mientras su dirigencia siga haciendo torpes balances triunfalistas sobre “lo cerca que estuvieron” y denunciando idioteces relativas a las encuestas o al fraude, los liberales no saldrán del pozo. Continuarán perdidos en su laberinto.

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