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Mediocres y malevos

La sesión plenaria de la Cámara de Senadores se transformó ayer, cuando no, en un triste espectáculo que pone de manifiesto la degradación que sufre este importante órgano del Poder Legislativo. Los actores del reparto son casi siempre los mismos. Miembros de la “multibancada”, de la disidencia colorada y del Unace se llevan generalmente los papeles protagónicos. Esta vez, el bochorno se desató cuando estaba haciendo uso de la palabra el senador oviedista José Manuel Bóveda, a su “estilo”, y fue interrumpido por su colega Carlos Filizzola, también a su “estilo”, en este caso de tipo estudiantil. Luego de insultos de una y otra parte, se levantó la sesión en medio de griteríos, no sin que antes se escuchara a la senadora Desirée Masi lanzar sus acostumbrados improperios contra el “cartismo”,  que encabeza el listado de sus mayores obsesiones. Atrás quedaron los tiempos de aquellos “karai guazu” que al inicio de la etapa democrática, aun en medio de enormes limitaciones políticas y ni qué decir tecnológicas, asombraban por su nivel intelectual y el respeto a la institucionalidad de la República, en general, y de la Cámara Alta en particular.

El dicho acerca de que “todo pasado fue mejor”, en el caso del Senado se aplica con todo rigor. Su primera elección en democracia se produjo cuando aún no había internet, ni celulares, ni laptops. El sistema más avanzado de comunicación era el “beeper”. Las dietas eran moderadas, no había el ejército de funcionarios que los legisladores hoy tienen a su disposición, ni se avizoraba el derroche inmoral de prebendas que se registra en el presente. Sin embargo, ahí estaban los mejores exponentes de los partidos políticos, o al menos parte de ellos, de la catadura del liberal Evelio Fernández Arévalo, que entró y salió del Congreso trasladándose en un modesto “fusca”, su correligionario Rodrigo Campos Cervera, de la talla de colorados como Waldino Ramón Lovera, Mario Mallorquín y Eduardo San Martín, o del febrerista Fernando Vera, por citar algunos.

Con certeza cometieron sus errores, pero si comparamos a aquellas figuras del liberalismo con las del presente, como Luis Alberto Wagner, José “Pakova” Ledesma o el propio presidente del Congreso, Robert Acevedo, a cualquiera  se le caería el alma por el suelo. Lo mismo sucedería en las filas del coloradismo, haciendo la equivalencia entre Lovera y “Marito”, o Julio Cesar Velázquez o Enrique Bacchetta. Y en el campo de la centro izquierda también, si ponemos a un atorrante como Fernando Lugo, o cualquiera de sus secuaces, frente a un señor como Fernando Vera.

El proceso degenerativo fue corroyendo al Senado con el correr de los años, hasta reducirse en la actualidad al estadio de circo de barrio. Muchos de sus miembros cumplen el rol de payasos, aunque lejos de divertir producen vergüenza, y la chatura intelectual, la deshonestidad, así como el irrespeto al funcionamiento institucional, son ahora los rasgos más resaltantes de la Cámara Alta, en donde lo único importante es ejercer la mayoría en beneficio exclusivo de quienes la componen.

Evidentemente que lo que sucede en esta instancia es en parte el reflejo del curso que siguieron los partidos políticos en el último cuarto de siglo, devenidos en maquinarias electoralistas, vacías de contenidos doctrinarios y desprovistos de proyectos programáticos, pero esto será materia de otro análisis por separado.

Por lo pronto, la ciudadanía debe tomar nota de la decadencia de una institución que fue clave en el sistema democrático y que, para volver a serlo, debe purgarse de tantos mediocres y malevos.

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