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¿Y si, a pesar de todo, ganara Donald Trump?

El mundo tiene la mirada puesta en los comicios que hoy se llevan a cabo en los Estados Unidos, en donde alrededor de 120 millones de votantes decidirán entre Hillary Clinton (demócrata) y Donald Trump (republicano), aunque no ellos directamente, sino los delegados electorales que eligen en cada Estado, quienes tendrán la última palabra sobre cuál de éstos candidatos, los menos populares de los que se tenga memoria, reemplazará a Barak Obama al frente de la mayor potencia del mundo.

Según las últimas encuestas, la diferencia entre Clinton y Trump es de solo 1% a favor de la primera, algo impensable hasta hace poco. El suspenso se mantendrá por tanto hasta que se proceda al recuento de los votos y se expidan todos los miembros del Colegio Electoral, algunos de los cuales, pertenecientes a ambas formaciones políticas, ya anunciaron que no lo harán a favor del candidato de su partido, a lo que por cierto no están obligados.

Esto lógicamente aporta una cuota de dramatismo al proceso que en la fecha llega a término, después de meses a lo largo de los cuales ambos postulantes fueron protagonistas de un sin número de escándalos mediáticos, políticos y hasta jurídicos. Hillary, representando al sistema, al “establishment”, en suma, al continuismo. Trump, el mono con navaja de quien cualquier cosa puede esperarse, el exaltado, de retórica chabacana, pero, paradójicamente, el que se convirtió en representante del anti-sistema y catalizador de las broncas que se anidaron en la sociedad estadounidense.

Las opciones, si así pueden llamarse, son entre un mal conocido y mal mayor por conocer, dado que sus opiniones sobre política internacional hacen del mismo una especie de “Atila”, al decir del periodista de origen español, Antonio Navalon, con el agravante de que en el supuesto de ser ungido presidente tendrá acceso al tenebroso maletín desde el cual se controlan más de 7.000 ojivas nucleares.

A propósito de Navalon, autor de numerosas obras y asesor en no pocas campañas electorales, como la de Jhon Kerry para las presidenciales de los EE.UU en el 2004, publicó el pasado sábado un material audio visual en el que se pregunta si Donald Trump puede ganar estas elecciones y se responde a sí mismo: “sí, puede, porque expresa el voto de la ira y porque sin que nadie se diera cuenta, casi como el amor cuando se muere, para gobernar es necesaria la ilusión y hace mucho tiempo que tenemos mediocres y corruptos administradores de la desilusión”.

En otras palabras, el grotesco personaje de hablar soez, ése que no tiene programa, que desprecia a las mujeres, los negros, los árabes, los latinos y a casi todo el mundo, excepto a Vladimir Putin y, por billones de razones, a los chinos, no llegó hasta donde lo hizo por sus talentos y virtudes, ausentes a lo largo de su existencia. No. Lo hizo como producto de una larga lista de fracasos de quienes manejaron los hilos del poder en función a los intereses de los grandes capitales, como Goldman Sachs, entre otros, que provocaron las peores crisis de los últimos tiempos, de nefastas consecuencias sociales.

Pero llegó, ese es el punto. Si gana Hillary, no habrá nada nuevo bajo el sol, salvo que no le será fácil gobernar con la mitad de los electores en su contra. Pero, ¿Y si gana Trump? Que Dios nos proteja, porque si bien asumirá el mando de un imperio en decadencia, con él como su expresión inequívoca, no caben dudas que se trata del gendarme que domina el planeta.

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